La niña del mal
-¡Lima es la Beirut de América Latina! Tú no ves esto en ningún otro país de Latinoamérica... Solo acá, solo en el Perú pueden pasar estas cosas. Es una vergüenza en lo que hemos terminado –Se quejaba el papa de María José zarandeando el periódico que leía y mientras se acomodaba medio agitado, en el enorme sofá de cuero negro del cuarto verde:
- Sí… Es una barbaridad -Respondía la mama, sin quitar la vista del lienzo en el cual trazaba unas líneas a lápiz y sobre las cuales iría a pintar después. La mama ya había pasado su fase ‘bodegones con acuarela’ y ahora se disponía a desarrollar más su fase ‘copia todos los girasoles de Van Gogh’. La pintura era su pasatiempo preferido después de la lectura.
María José jugaba con sus lápices de colores mientras escuchaba la conversación. Supuestamente hacia su tarea en uno de los dos escritorios del cuarto verde, pero como los dos escritorios estaban colocados contra la pared enfrente de la ventana, ella sentada de espaldas a sus papas, se entretenía mirando a los cerros o jugando con cualquier cosa y nadie se enteraba de que lo último que hacía era la tarea. El lápiz negro era el papa, el marrón la mama, mientras que el amarillo, el violeta y el rojo eran los hijitos. Como los papas eran grandes, ella evitaba tajar el lápiz negro o el marrón así podrían ser más grandes y parecer los papas de los otros colores.
-Mira, cuando paso lo del aeropuerto, ahí… ahí yo supe que ya nadie los paraba. Ya se metieron a Lima, ya no hay nada que hacer. No hay más que hacer… ¿Y los políticos? Levantándose al país. … Y acuérdate, esto… esto, se va a poner peor… Entre los políticos y Sendero el país se va a la ruina -Proseguía el papa, encogiéndose de hombros, haciendo mil gestos con su rostro pero sin dejar de sujetar su periódico, mientras giraba la cabeza una y otra vez, dividiendo su atención entre el periódico y la mama que ahora comenzaba a sacar sus tubos de oleo.
Un dos, un dos, caminaban los lápices papas que iban a recoger a sus hijitos al colegio. Súbitamente, María José comenzó a pensar que su papa hacia mucha alharaca por poca cosa, al final solo había muerto una persona en ese atentado. Borrosamente llegaban a su memoria unas fotografías que había visto hacía ya un tiempo en una de las revistas semanales que compraba su papa. Fuego, una pierna y un hombre tirado en un techo. ‘Eso sí fue algo grande’ pensó María José recordando la matanza en un penal donde varios presos se amotinaron para sacrificar después a varios rehenes. Sus papas no la habían dejado ver la tele por esos días pero había escuchado conversaciones y visto fotos en las revistas.
- ¿Cómo vas con tu tarea hijita? -Pregunto el papa.
- (…..) María José nunca sabía que responder.
- ¿Me estas escuchando?
- Si papi, pero está muy larga esta tarea.
-Ya te voy a ayudar en cuanto termine con este color, ok? -Dijo la mama mirando a su hija con cierto gesto de misericordia.
-Pero déjala que termine sola su tarea ¿Tu puedes sola no hijita? - Medio que preguntaba el papa no muy seguro.
Y la mama casi susurrando respondía al papa:
-Ya sabes que no puede terminar su tarea sola, ya me encargo yo.
La mama salió del cuarto verde y después de unos minutos regreso con un paquetito en la mano:
-Mira hijita, te he comprado este regalito pero solo te lo voy a dar cuando termines tu tarea- le dijo la mama a María José mientras sacaba de la bolsa un muy pequeñito Snoopy de juguete sentado en un remolque. María José pensó que ese era el juguete más extraño que sus papas le habían comprado. No es que no le hubiera gustado, al final cualquier juguete sirve para jugar. Sin embargo muchas ideas pasaron por su cabeza: Este es un juguete de niño, es muy chiquito para ponerlo en la casa de mis Barbies y la idea vacía, sin contenido, de fijarse en el Snoopy de plástico y tener la sensación de que ese juguete era algo muy raro.
Y es que la mayoría de sus pensamientos eran así, una mezcla de imágenes, sensaciones e ideas sin palabras. Ahora tenía la impresión, casi el deseo de ver imágenes más sorprendentes, de que salieran noticias que darían la vuelta al mundo. Sangre, explosión, muchos muertos tirados por toda parte, miedo, terror, escenas escalofriantes. Ya había visto muchas fotos de desastres pero siempre habría alguna más intensa que las anteriores, más fuerte, más truculenta. María José miraba a los cerros y pensaba en cuerpos enterrados, cementerios, una calamidad de proporciones mayúsculas. La mente divagaba sobre la arena de los cerros y veía como el viento levantaba la arena de la misma forma como la muerte se lleva las vidas de sus víctimas. Sus ojos paseaban ociosamente de la arena al cielo y viceversa. En eso, el sentimiento de ser mala la invadió. Las tragedias solo se logran con mucha gente muriendo, gente llorando, gente sufriendo, cavilaba. Si, se sentía mala y también se daba cuenta de cierta satisfacción de ser así ¿Sera que soy mala? Se cuestionaba y esas si eran palabras que venían a su mente. Pensaba ahora en las monjitas de su colegio, sus amiguitas, ¿será que ellas piensan como yo? Se preguntaba María José creyendo que Dios se molestaría con ella por querer todo eso. Ya no puedo pensar más en eso, si no sigo pensando eso Dios me va a perdonar, y convencida de ello cogía sus lápices de colores para seguir jugando, muy tranquila por saber que nadie excepto Dios podría leer sus pensamientos.
Horas después, cuando el papa ya había bajado a la sala a tocar su guitarra y mientras que la mama ordenaba los estantes de libros del cuarto verde, María José suspiro.
-¿Ya terminaste con tu tarea? –Pregunto la mama.
-Casi, pero estoy aburrida mami.
-Bueno descansa un ratito, cuando termine esto te ayudo ok?
-Ya.
María José prendió la televisión que estaba sobre una mesa colocada también contra la pared junto a los escritorios. En el canal sintonizado justo pasaba la corrida de toros esa tarde. La faena no fue para nada mal, rindió una oreja. La niña miraba como el torero ora cimbreante la espalda hacia atrás ora giraba el torso hacia los costados ejecutando diferentes pases con una destreza casi artística. El toro parecía medio bravo y a cada embestida, María José cerraba sus ojos toda vez que el toro parecía saltar sobre el matador. Una y otra vez se estremecía al ver al toro arremeter a cada engaño. De repente, era visible que el toro comenzaba a debilitarse. Mucha sangre corría del lomo picado. La furia cedía lugar al cansancio, dando lugar a un animal que parecía casi pensativo.
-Mami, ¿al toro le duele cuando le meten las banderillas?
-No hijita, la piel del toro es muy gruesa.
-Pero tiene mucha sangre ¿No siente nada, nada?
-No hija, su piel es un cuero grueso, los animales no sienten como nosotros.
María José continúo viendo el espectáculo pero el toro estaba parado e inmóvil. La niña se acercó a la pantalla para ver si el toro tenía lágrimas en los ojos, pero no, era cierto, el toro ni siquiera lloraba. Minutos después el animal finalmente cayó muerto en el ruedo mientras el público aplaudía de pie, satisfecha por tamaño espectáculo. María José reflexionaba sobre las escenas vistas que la llevo a esta conclusión: Sería muy bueno que las personas fuéramos como los animales y pudiéramos todos morir así, sin dolor.
Sal y pimienta
Esta era Eliana, una muchacha muy firme y para nada complicada. Miraba siempre el lado amable de la vida y tomaba lo que esta le ofrecía: sin culpas, sin miedo, sin mirar atrás ni adelante.
Giovanna, por su parte, a quien le encantaba observar y sacar alguna moraleja de toda historia, no pudo contenerse y comenzó su oratoria:
–Yo creo que en este mundo hay dos tipos de personas. Los que nacen para sacarte la vuelta y los románticos. Esa es mi experiencia y la vida me ha enseñado que nadie cambia; parece ser innato, parece. Las personas son como son y uno tiene que aprender a reconocerlas. Tú formas parte del último grupo, Susana, y ya conocerás a alguien así. Y no creo que sea una cuestión de moral; es una cuestión de formación: las personas cuando crecen, se van para un lado o para el otro. Es una cuestión interna, de sentimientos. Unos separan el sexo del amor, mientras otros no pueden hacerlo. Hay muchos que pueden amar a alguien y dormir con otra persona. Y a otros esto les resulta imposible…
Mientras hablaba y hablaba, Giovanna reconoció en la cara de Susana aquella mirada de quien quería seguir dándole vuelta al asunto. Quería seguir sufriendo y con ello, arrastrar la conversación en círculos sobre el mismo punto.
–Mira, Susana, está bien sufrir, pero ya han pasado dos años y uno no puede traer una botella de vino para que termines en llanto y siempre con el mismo asunto.
–No es que el amor me haga sufrir; sufro cuando me dejan. Tienes que estar en mi pellejo para entenderme. Yo soy un perro cuando me enamoro, soy fiel, dedicada, hago de todo para satisfacer a la otra persona. ¿Qué más me pueden pedir? Me doy por completo. ¿Y para qué? Para que al final se vayan. Claro que tengo que sufrir; si lo he dado todo, si he dejado todo. Y lo que más rabia me da es pensar que el otro está de lo mejor, sin culpa, sin remordimientos de todo lo que me hizo y que aun me hace pasar.
–Ya la pagara. El karma, Susana, el karma…
–Ya no creo en karma, Eliana, ni en que alguien pague por toda la maldad que pueda hacer. Ahí ves a los políticos, ahí ves a mis ex. Yo creo que ustedes nunca se han enamorado como yo.
–No es que no nos hayamos enamorado, Susana –respondió Giovanna. Lo que pasa es que para mí, por lo menos, el amor no puede ser ese tormento por el que siempre pasas. El amor existe para darte felicidad, estabilidad. Claro que hay momentos de tensión y sufrimiento, sobre todo cuando dos personas viven juntas, pero una relación tiene que traer sobre todo paz y tranquilidad. Es eso lo que yo quiero: un amor sereno, sin sobresaltos. A veces me imagino como viviendo en el campo junto a un pozo de serenidad, donde todo calce, el trabajo, la casa, el amor, los deseos, los pensamientos…
Y mientras hablaba Giovanna, a Eliana se le abrieron los ojos y no pudo más que interrumpir semejante devaneo…
–¿Pero qué te pasa hermana? La vida tampoco puede ser así. ¿Cómo puedes decir eso? Uno necesita un poquito de infierno para ser feliz también.
–Lo sé, Eliana, lo sé…
–Ya sé que lo sabes todo, Giova, pero te olvidas que la vida tiene que tener sal y pimienta para darle cierto gustito. Una vida monótona tampoco es vida. ¿Cómo vas a apreciar lo bueno si no conoces lo malo? Uno tiene que sentir friecito en la barriga y un poco de vértigo también, sino la vida no tiene sentido. Ni que una estuviera muerta para enterrarse junto a un pozo. Esas tus meditaciones y tu yoga te están afectando el sentido real de la vida.
Y mientras las dos discutían, Susana rompió en llanto una vez más:
–A mí no me interesan esos sus discursos sobre la vida y el amor –dijo, ya media borracha–. Solo quiero entender por qué siempre que doy lo mejor me pagan tan mal y no solo mis enamorados. Los amigos, la familia… Yo siempre ando prestando, siempre estoy ahí para hacer cualquier favor que me pidan pero cuando necesito de alguien, nadie, nunca hay nadie.
-¿Y qué? ¿Estamos pintadas nosotras aquí? ¿Te traigo el cabernet que te gusta para que al final nos digas eso? –dijo Eliana–. Tú sí que pagas mal, Susana, pero bueno, ya hay que pararla. Ya es la hora de los gatos y yo sí quiero divertirme esta noche, así que ya voy encendiendo el carro.
Giovanna comenzó a recoger los platos y las copas mientras Susana, en el baño, se arreglaba el maquillaje colocándose bastante base para tapar las ojeras rojas que tenía de tanto haber llorado. Las tres definitivamente iban a salir juntas como siempre. Ellas eran muy diferentes y nunca llegaban a ningún acuerdo. Pero aun así eran amigas y siempre se reunían para conversar y discutir. Tal vez sería mejor que gente tan distinta no fuese amiga pero estas tres lo eran. Todo ese intercambio de ideas era muy saludable para ellas.
Cuentos cubanos
Estaba preparándome para salir cuando Jair se acercó a conversar. Jair era el chico nuevo de la oficina; un tipo promedio, ni muy brillante ni muy tonto, un poco reservado. Era muy guapo, eso sí: moreno, alto, delgado, ojos verdes, la imagen perfecta del amante caribeño. Era bueno para conversar un rato, al menos eso pensé. Y mientras conversábamos sobre qué compraríamos por el día de la madre, me pidió que lo acompañara esa noche a tomar algo para seguir conversando. Era viernes y había terminado con su novia, según me habían contado. Me dijo que quería pasar una noche tranquila en algún bar. Quedamos en que me recogiera a las nueve de la noche.
A las nueve en punto sonó mi celular y ni siquiera respondí, solo salí. Después de cerrar la puerta rápidamente para que los mosquitos no entraran a la casa, me apresuré hacia su camioneta azul para evitar que los zancudos me picasen. Lo vi que me sonreía mientras me acercaba a su vehículo y una vez que abrí la puerta no pude dejar de fijarme en su camisa negra abierta hasta la cintura y en la medalla de oro gigante que colgaba de una gruesa cadena dorada. “¡Hola!”, me dijo sonriendo y como nunca fui rápida para dar excusas, pues terminé subiendo al carro. Ya a camino de algún lugar reparé en su forma libidinosa de mirar mis piernas, su mirada lasciva sobre mis pechos y diría que sus manos temblaban sobre el volante. Nunca lo había visto así; se destapó esa noche. Yo miraba fijamente al frente, para ver si se daba cuenta de que me sentía incomoda pero no: el siguió con sus comentarios pasaditos y me dio a escoger entre varios bares para pasar la noche. Yo escogí, claro, el más cercano a la casa.
Entramos a un bar restaurante. Escogí la terraza y la mesa más alejada de la gente. Ni bien nos sentamos comenzó de nuevo con sus insinuaciones, que no me hacían ninguna gracia, y después de un rato de torear sus embestidas pasó lo inevitable.
–Mírame a los ojos, me dijo.
Yo lo miré.
–Acércate un poquito más.
–No quiero.
–Ya te han hecho un cuento cubano a ti, ¿verdad?
Pensé unos segundos:
–Ya lo intentaron.
–Los cuentos cubanos no se intentan, Barbie. Se hacen o no se hacen. Seguro que a tí ya te agarro uno de esos de Hialeah(1) y te quedaste así.
A esas alturas ya andaba furiosa y cuando estaba a punto de responder algo, cualquier cosa que no recuerdo ahora, aparecieron mis amigas Rita y Mayra con dos amigas más como caídas del cielo. La noche está resuelta, pensé.
Las chicas se acercaron a saludarme y me presentaron a sus amigas. Yo hice lo propio y las invité a sentarse con nosotros. Como era costumbre, lo primero que hizo Rita fue pedir una rueda de shots. Casi me infarto. Me negué rotundamente mientras Jair reía desafiante. Ante tanta insistencia no me quedó otra cosa que beber la porquería esa e inmediatamente le pedí a Rita que me acompañara al baño. Una vez adentro Rita me preguntó:
–Oye, ¿y de donde sacaste a tu amiguito?
–De la oficina. Mira, Riti, me quiero quitar a este tipo de encima y emborrachándome no es la mejor estrategia a adoptar que digamos. Así que, qué tal si me ayudas a inventar algo para hacerlo desaparecer.
–Qué cosa tiene en esa medalla; una O gigante, ¿no?
–Pensé que era una serpiente enrollada.
–¡Tengo una idea! Para que no quedes mal le voy a decir que te invito a pasar la noche en mi casa porque mañana vamos a visitar a una amiga en la playa.
Rita era lo máximo, siempre tenía una excusa para todo. Dicho y hecho. Después de conversar un rato y pedirles a sus amigas que distrajeran a Jair, Rita le dijo que quería llevarme con ella esa noche. A él no le importó.
Después de un rato –que por cierto me pareció interminable–, Jair finalmente de despidió. Yo me fui con Rita y sus amigas a un club cerca de la playa. Mientras Rita manejaba yo no pude contenerme y expresar mi alivio.
–Pensé que nunca se iría el pesado este.
–Pero no era tan mala gente al final de todo. Yo conversé un rato con él y me pareció hasta simpático –dijo Mayra, sentada en el asiento trasero del carro.
–Miren, chicas, antes de que ustedes llegaran la pasé fatal porque como no le hacía caso ya no sabía qué decir o hacer y comenzó a hablarme pavadas. Tuvo hasta la desfachatez de sugerir que estaba con miedo de él. No hay nada que me reviente más que cuando ciertos desubicados piensan que si no estás interesada por ellos es porque algún trauma tienes.
–Ay, China, ya no te quejes tanto: el pobre solo estaba interesado –dijo Rita.
–Pero podría haberme dejado tranquila. Me estuvo molestando toda la noche.
–Así son algunos, mi China, insistentes –disparó Mayra.
–Que el cubano te habla mucho, que el gringo no te dice nada… ya pues, china, ¿A ti no te va nada no? Ni chicha ni limonada contigo.
–Whatever –les dije y me quedé pensando. Después de un rato sugerí irnos a comer algo antes de seguirla. Todo este trajín me había dado hambre.
(1) Hialeah - Municipio ubicado en el condado de Miami Dade. La mayoria de sus habitantes son cubanos.